Inmersiones acuáticas. Parque Arqueológico del Patrimonio Cultural Subacuático

Cartel que anuncia los restos del pecio del Almirante Oquendo

La cruenta y desigual batalla naval de Santiago de Cuba entre España y Estados Unidos tuvo lugar el 3 de julio de 1898, una trascendental historia de honor y de gran valentía.

En 2015 se inauguró el Parque Arqueológico del Patrimonio Cultural Subacuático de aquella batalla, el objetivo es preservar los pecios y restos de los buques de guerra de la Armada española que descansan en la franja costera frente a la cordillera de la Sierra Maestra.

Estas inmersiones acuáticas tienen un enorme valor histórico y patrimonial, con las que se hace homenaje a los valientes marinos que perecieron en aquella batalla, un verdadero privilegio que se disfruta en aguas trasparentes y cálidas, ricas en fauna y flora.

Restos del mástil del buque Almirante Oquendo.

Los restos están localizados a poca distancia entre sí; el crucero Vizcaya se encuentra en la playa Aserradero, el crucero Cristóbal Colón en la playa de la Mula, el Almirante Oquendo en la playa de Juan González, el Furor a una milla de la Playa Mar Verde y el Plutón en Racho Cruz-Buey Carbón.

Los cañones del Almirante Oquendo son visibles desde la playa

Para realizar las inmersiones, nuestro consejo es organizar la actividad con la Marina Internacional de Santiago de Cuba. Es un club náutico que se encuentra dentro de la misma bahía del puerto de Santiago de Cuba. Allí por un precio muy económico podremos contratar la excursión con todo el equipo de submarinismo y nos acompañará un experimentado instructor de buceo que nos guiará para que no perdamos detalle. En nuestro caso, aunque no todos disponíamos del título oficial de submarinismo, con el mismo precio, recibimos un curso intensivo de buceo días previos a la inmersión.

Marina Internacional de Santiago de Cuba

Hemos elegido realizar nuestra primera inmersión en el crucero Acorazado Almirante Oquendo por su particularidad histórica en la batalla. La inmersión se puede realizar sin embarcación porque se encuentra a unos 100 metros de la costa, incluso se podría realizar con un equipo de snorkel por la poca altura en la que se encuentran los restos, entre 3 y 13 metros.

Playa de Juan González, vista exterior del buque Acorazado Oquendo

Nos sorprende la belleza multicolor del mar Caribe; entre los restos encontramos un hábitat de una importante biodiversidad, donde los peces aprovechan el refugio de los restos del sufragio. Pero lo más sorprendente de la excursión es la historia que nos revela. Mientras aleteamos por entre el acero del buque, el silencio del mar caribe y las burbujas de nuestra respiración nos transportan a otro tiempo, a la trascendental historia hispano-cubana.

Los peces aprovechan el refugio de los restos del sufragio

Explicaremos un poco sobre la historia de este sufragio y sobre la batalla en sí, para entender mejor el simbolismo de nuestra inmersión. Con la firma de la paz, España perdió Cuba que pasaría a ser gobernada bajo la tutela de los Estados Unidos.

El pecio del Almirante Oquendo se encuentra a unos 100 metros de la playa

Estados Unidos llevaba décadas incrementando su producción de acero, preparando su Armada, conscientes que su expansión imperialista llegaría de la mano de los océanos. Desde 1823 la doctrina Monroe, proclamaba que América era para los americanos, como una advertencia para las potencias europeas especialmente para España e Inglaterra.

Los restos se encuentran a poca altura, entre 3 y 13 metros, podría utilizarse un equipo de snorkel

La guerra fue relativamente breve, los Estados Unidos había decretado un bloqueo naval sobre la isla de Cuba incluso meses antes de la declaración de guerra. El presidente norteamericano empezó enviando una amenazadora nota indicando que reconocería a los insurrectos cubanos si España no pacificaba Cuba, ofreciendo su ayuda mediadora para alcanzar una solución beneficiosa para ambas partes, al mismo tiempo que justa para Estados Unidos.

Fotografía de época. Acorazado Maine entrando al puerto de La Habana

El viaje del acorazado Maine al puerto de La Habana no fue más que otra provocación, porque al no anunciar su llegada se vulneraban los acuerdos diplomáticos entre ambos países. El Estado español, en un intento de igualarse al rival y de mantener el pulso, envió el acorazado Vizcaya al puerto de Nueva York.

Es muy posible que la explosión nocturna del Maine, amarrado en el puerto de La Habana, fuese provocada por los mismos americanos o que la explosión fuese pura coincidencia y consecuencia de la combustión interna en la sala de máquinas. Pero lo cierto, es que la acusación intencionada contra los españoles fue la excusa perfecta para declarar la guerra. La prensa amarilla estadounidense había preparado previamente el ambiente, denunciando las crueldades y atropellos de la administración colonial sobre la población cubana. Preparando a la opinión pública en favor de la intervención militar, que pronto clamó venganza.

Fotografía de época. Restos del Maine tras la explosión nocturna en el puerto de La Habana

Tras aquel incidente los EEUU, con codiciosa determinación; exigieron a España que finalizara su gobierno en Cuba, amenazando con la intervención militar si se negaba a retirar las tropas terrestres y navales. Al mismo tiempo, de forma secreta, se le ofrecía a la Reina Regente María Cristina 300 millones de dólares por la venta de Cuba. Ni que decir tiene que la oferta nunca fue aceptada.

Ante la irrefutable certeza de la guerra, el gobierno español ordenó la concentración en Cabo Verde de una flota de la Armada, a pesar de su mal estado ya que incluso contaba con alguna nave inacabada. La flota llegó el 14 y la declaración de Guerra el 21 de abril. Estando allí, el Almirante Pascual Cervera y Topete, que comandada la flota, recibió órdenes de dirigirse a Cuba, informándole que la bandera estadounidense era enemiga.

Las esponjas marinas son animales invertebrados.

La flota de Cervera había tenido problemas mecánicos durante la travesía a Cabo Verde, por lo que habían consumido durante el trayecto más carbón de lo esperado. Pero no tuvieron oportunidad de repostar porque, ante la declaración oficial de guerra, los países les negaban la venta de carbón. Allá donde atracaban, los países se declararse neutrales al conflicto y en virtud de las leyes internacionales les negaban ayuda y la venta de carbón. No tuvieron oportunidad de carbonear en Cabo Verde, ni en la Martinica, ni en Fort-de-France, ni tampoco en Curazao o en Willemstad. Y no les fue posible dirigirse a San Juan de Puerto Rico porque la Armada de los Estados Unidos se encontraba bloqueando la isla. Así que no les quedó más remedio que navegar hasta Santiago de Cuba, donde llegaron el 19 de mayo. Allí si pudieron repostar carbón, aunque de peor calidad.

Dentro de una de las torretas

Cervera esperaba poder reparar y limpiar allí los cascos de las naves, pero no le dio tiempo porque el 27 de mayo llegaron dos Flotas de la armada de los Estados Unidos que desde hacía semanas los buscaban. Tampoco tuvieron tiempo de realizar maniobras previas al combate porque tenía escasez de carbón y munición. Los americanos permanecieron en la boca del puerto y el 1 de junio iniciaron la agresión bombardeando a la bahía de Santiago, los buques del almirante Cervera quedaron atrapados.

La naturaleza se abre camino por entre los restos de los pecios

Aun así los americanos, con intención bloquear la salida de la flota española, intentaron hundir un barco propio de vapor en la entrada de la bahía del puerto de Santiago. Para aquella misión se habían presentado voluntarios un teniente y seis marineros. Pero la maniobra del Merrimac fracasó porque los españoles lograron hundirlo antes de que pudiera bloquear el canal de salida del puerto. El Almirante Cervera, lejos de represaliar, ordeno rescatar a todos los supervivientes que fueron tratados de forma respetuosa, con gran caballerosidad y humanidad. Tanto así que el mismo Cervera en persona los felicitó por su heroicidad a pesar del fallido intento.

Torreta del Almirante Oquendo

El Almirante Cervera y el resto de marinos que permanecían bloqueados en el puerto de Santiago eran plenamente conscientes de la superioridad del enemigo y del sacrificio inútil de cientos de vidas. Desde Madrid los dirigentes, lejos de rectificar ante el previsible y terrible desenlace, presionaban a Cervera para que saliera a alta mar para presentar batalla. Aquellos no consideraban ni que la estrechez del canal de salida del puerto obligaba a los barcos a navegar uno tras otro, ni tampoco que por las noches la flota estadounidense iluminaba con proyectores la bocana de salida para evitar acciones nocturnas.

Finalmente, ante el apremio de los generales de marina contra Cervera y la posible ocupación terrestre de Santiago; el 3 de julio Cervera acató las órdenes de salir y tuvo lugar el terrible combate naval. Cervera, consciente de la desigualdad de fuerzas, daba la batalla por perdida. Con intención de evitar un alto número de muertos, decidió salir con las primeras luces del día; los buques salieron en espaciados intervalos de tiempo y por orden descendente de tamaño y potencia de fuego, navegando todos por la costa hacía el oeste. De este modo, sería el buque insignia Infanta María Teresa comandado por el propio Cervera quien se enfrentaría en primer lugar al enemigo.

Plano que describe la trayectoria de los buques de ambos bandos.

Cervera y sus subordinados se enfrentaron al combate resignados, sabiendo que muchos perderían la vida. Momentos antes de abandonar el puerto, el Almirante Cervera se dirigió a sus hombres en un discurso grandilocuente vistiendo el uniforme de gala;

“Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa. He querido que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo, luciendo el uniforme de gala. Sé que os extraña esta orden, porque es impropia en combate, pero es la ropa que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel en que se muere por la Patria. El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío de su joven escuadra. Pero sólo las astillas de nuestras naves podrán tomar, y sólo podrá arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas, que han sido y son de España. ¡Hijos míos! El enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. ¡Clavad las banderas y ni un solo navío prisionero! Dotación de mi escuadra: ¡Viva siempre España! ¡Zafarrancho de combate, y que el Señor acoja nuestras almas!”

La vida lo invade todo tras el paso de los años

El Castillo San Pedro de la Roca de la fortaleza del morro situado en la salida del puerto, con los cañones sin apenas munición, solo pudo ser testigo mudo de la partida de la escuadra.

El Castillo San Pedro de la Roca de la fortaleza del morro situado en la salida del puerto

Nada más salir de la bocana del puerto, Cervera dirigió el Infanta María Teresa a toda máquina contra el Brooklyn, que era el que se encontraba más cercano, disparando sobre él un fuego rápido con toda la artillería. Parecía que pretendía colisionar con su espolón para hundirlo, y este en un intento de esquivarlo estuvo a punto de impactar contra el Texas.

El Infanta María Teresa fue alcanzado primero por los impactos del Oregón y el Iowa, pero pronto también el Brooklyn y Texas comenzaron a cañonearlo, tras evitar su colisionar y descubrir que Cervera pretendía huir.

El Infanta María Teresa incendiado tras la batalla

Solamente las dos primeras explosiones ya provocaron más de 40 heridos, la mayoría con amputaciones graves, los hombres se amontonaban en la enfermería. El Puente de Mando fue alcanzado hiriendo al comandante y matando a todos los oficiales, Cervera tuvo que tomar el mando. Un proyectil de 300 mm había roto el tuvo auxiliar de vapor provocando que se perdiera velocidad. Rápidamente se incendió la popa y su torre principal quedo inutilizada, toda la tripulación de popa y la dotación de salvamento que intentaba rescatarles perecieron en el incendio. El fuego se extendía irremediablemente porque otro proyectil había impactado sobre la red contraincendios.

El Cañón del Almirante Oquendo emerge sobre las aguas

En solo un interminable cuarto de hora, el Infanta María Teresa soportó tal diluvio de proyectiles que quedo inutilizado. El mismo Cervera escribió “En el Infanta María Teresa se sucedían explosiones que aterraban las almas más templadas. No creo que se salvara nada. Nosotros lo hemos perdido todo, llegando desnudos la mayoría a la playa”. Cervera dio la orden de virar hacia tierra para embarrancar el buque cerca de Punta Cabrera; permitiendo así que 481 marineros se salvaran. Fue un ataque en desigual batalla, casi toda la escuadra contra un único buque.

Los cuatro buques, al centrar el fuego sobre el Infanta María Teresa, se alejaron del resto de la flota española facilitando que los dos siguientes buques, el Vizcaya y el Cristóbal Colón pudieran escapar temporalmente. Mientras emprendían la huida, el Vizcaya disparó contra el Vixen, un pequeño yate de casco metálico a vapor con aparejo auxiliar de goleta, que falló porque los disparos pasaron por encima de él. El Colón si pudo impactar sobre el Iowa en dos ocasiones.

El Acorazado Almirante Oquendo fue el cuarto buque en abandonar el puerto

El cuarto buque en salir de la armada española no tuvo la misma suerte, el Acorazado Almirante Oquendo, sobre el que hoy realizamos nuestra inmersión submarina, recibió una lluvia de proyectiles incluso antes de aparecer en el escenario del combate. Tres buques estadounidenses habían avanzado su posición y se situaron en la línea de tiro sobre la boca del puerto en el momento que salía el Oquendo. El Iowa solo estaba a 1300 metros de él. Los tres buques dispararon simultáneamente sobre el Oquendo, recibiendo el fuego de los cañones más pesados de la flota americana, fue destrozado incluso antes de salir por completo.

Uno impacto de gran calibre alcanzo bajo el cañón de la torre de proa, que reventó aniquilando a toda la dotación. Hoy, aquel cañón es el que vemos desde la playa emergiendo entre las olas. Otro impacto alcanzó la cámara principal de torpedos, provocando un grave incendio.

Fotografía desde mucha altura. Estado actual del Almirante Oquendo

El Oquendo fue el buque dónde fallecieron el mayor número de hombre. La mayoría estaban destinados en las cubiertas superiores, en los puestos de los 10 cañones de repetición de 144 mm. Prácticamente todos fallecieron o quedaron muy heridos porque apenas les protegían los manteletes que cubrían cada cañón. Los ascensores de munición estaban inservibles así que el único y último cañón que todavía disparaba era recargado por un teniente de navío herido y dos marineros que acarreaban, entre los tres, la munición.

Mientras nosotros nadamos entre estos restos imaginamos el infierno que vivieron aquellos hombres, en unos pocos minutos recibieron una tormenta de proyectiles, de los cuales impactar 43. Solamente el Iowa ya contaba de 20 cañones Hotchkiss de 57 mm, cañones rápidos que disparaban 25 proyectiles por minuto.

Fotografía de época. Los cañón Hotchkiss QF disparaban 25 proyectiles por minuto.

Para agravar el desastre si cabe; la flota española había sido equipada con proyectiles de fabricación defectuosa porque en ocasiones algunos de ellos al ser disparados expulsaban los gases por la culata. Los cañones de las cubiertas superiores del Oquendo utilizaban ese tipo de proyectiles, así que durante la batalla a uno de aquellos cañones se le desprendió la parte trasera como consecuencia de la explosión, matando a los marineros que lo manipulaban y provocando más desesperación en el resto.

El Oquendo navegaba por la costa mientras era hostigado durante todo el trayecto por sus perseguidores. Tras el estallido de las calderas, sin apenas capacidad de combate y con numerosos incendios abordo parecía un mar de llamas. Entre sus numerosas bajas se encontraban el segundo y el tercer jefe y los tres tenientes más antiguos. Su comandante, el capitán Lazaga herido de muerte, solo pudo embarrancarlo a 700 metros de la playa de Juan González, donde hoy lo encontramos, permitiendo así que los marineros supervivientes pudieran alcanzar la costa.

Apenas se reconoce la ventana con su postigo

Los últimos barcos en abandonar la bahía fueron el Furor y el Plutón que al ser pequeños destructores salían más distanciados respecto al Oquendo. Eran más rápidos pero contaban con baja potencia de fuego, habían recibido orden de aguardar en su salida para tener más probabilidades. Nadie imagino la rapidez con que el Infanta María Teresa y el Almirante Oquendo habían quedado fuera de combate, en 20 minutos ardían en llamas varados en la playa.

El New York era el buque insignia que no pudo unirse inicialmente al combate por encontrase muy al este, pero alertado por los cañones, rápidamente se dirigió a la bocana del puerto, llegando al mismo tiempo que aparecían los pequeños destructores. El Furor que iba en primer lugar disparo e impactó con una de sus piezas de 75 mm sobre el New York, quien apresuradamente abrió fuego contra él, destruyendo su sala de máquinas y dejando inútiles sus piezas de artillería. Más que una lucha desigual o desproporcionada fue un abuso y no solo por el tamaño sino por el armento. El Furor sin alcanzar la costa se hundía a una milla, entre el aterrador fuego de las granadas.

Las piernas del submarinista muestran el tamaño de los restos

La misma suerte corrió el Plutón que navegaba rápido disparando sus pequeños cañones contra el enemigo, pero fue refrenado por el impacto de un proyectil de gran calibre sobre su cubierta que prácticamente lo partió en dos, estallando la sala de máquinas y el pañol de municiones. A pesar de ello, pudo embarrancar contra la costa cerca en la playa Bahía Cabañas. En pequeños botes de madera los estadounidenses rescataban a los supervivientes mientras que otros marineros españoles lograban alcanzar la playa donde eran abatidos por insurgentes cubanos. Su capitán y muchos marineros fallecieron.

Esta es una foto detalle del Google map, los restos del Vizcaya son visibles con claridad.

Una vez vencidos los destructores, la escuadra estadounidense persiguió al Vizcaya que poco a poco perdía la distancia de ventaja debido la mala calidad de su carbón. El Vizcaya recibió 4 obuses de 203 mm, 9 del calibre medio y 12 de calibre ligero. Convertido en un horno de fuego, su capitán Antonio Eulate, encalló el Vizcaya contra las rocas cerca del aserradero y se entregó para evitar mayores pérdidas a su tripulación. Cuando herido fue llevado sobre el Iowa, se detuvo para volver la mirar sobre su buque ardiendo y despedirse con el saludo militar al tiempo que pronunció “Adiós Vizcaya”. En aquel mismo instante, el compartimento delantero del crucero estalló como en un intento de devolver el saludo. Hoy, cuando circulamos en coche por la carretera Granma, la torreta de uno de sus cañones también se pueden ver a lo lejos emergiendo sobre las aguas.

Tras más de 100 años los restos casi se camuflan en el entorno

El Vizcaya, al no quedar bajo el abrigo de una ensenada como es el caso del Oquendo, se encuentra muy deteriorado. El pecio del Vizcaya hoy esta incrustado en un arrecife paralelo a la costa, entre ocho y catorce metros de profundidad. Para llegar hasta él resulta imprescindible hacerlo en una embarcación. Su cubierta a desaparecido y solo queda un laberinto y misterioso amasijo de hierros convertido en arrecife artificial. 

Fotografía de época. Sufragio del Acorazado Vizcaya

Por otro lado, el Cristóbal Colón era el buque más rápido y más moderno de la flota española. Se alejaba a toda máquina, pero sin poder utilizar en la distancia sus cañones de largo alcance porque carecía de ellos. Ante la inminencia de la guerra había sido adquirido de forma precipitada sin su artillería principal, dos cañones de largo alcance de 254 mm que fueron rechazados por defectuosos. Se pensó remplazarlos por otras dos piezas de artillería adquiridas en Alemania pero nunca fueron entregadas porque la declaración de guerra y el posterior embargo militar lo impidieron. Así que se tomó la decisión de prescindir incluso de los cañones defectuosos y el buque se incorporó al grueso de la Armada sin cañones de grueso calibre.

Los restos del Colón, es el buque en mejor estado de conservación de su época.

El Colón tampoco pudo escapar porque pronto agotó el poco carbón ingles de gran calidad que disponía, teniendo que recurrir al carbón cubano con menos poder calorífico. Al perder la distancia de ventaja y sin capacidad suficiente de combate; su comandante Emilio Díaz y Monreu también decidió embarrancarlo cerca del río La Mula para poder salvar a casi toda la tripulación. Antes de abandonarlo, el comandante dio orden de abrir las válvulas del fondo para asegurarse que su pérdida fuera completa y evitar la entrega al enemigo.

Hoy es el buque en mejor estado de conservación, aunque también es el que se encuentra más alejado de la bahía, concretamente a 100 km por la carretera de Granma.

Restos del Colón con submarinistas la fondo

El único buque español que no permanece hundido en aquellas aguas en el buque insignia Infanta María Teresa porque los americanos intentaron llevarlo como trofeo de guerra, pero lo perdieron durante el trayecto cerca de las Bahamas.

La escuadra española fue aniquilada en 4 horas, sin la protección de la artillería de la costa, el desfile de la armada parecía un auténtico tiro al plato. Con intención de minimizar las víctimas en la batalla, Cervera había dado las órdenes que en caso de ser alcanzados por el fuego enemigo debían intentar alcanzar la costa para disponer del tiempo suficiente a flote para que el mayor número de marineros se salvarán. El resultado para la flota española fue de 343 muertos, 151 heridos y 1890 supervivientes. Cervera acató siempre las órdenes recibidas, pero mostrando desconformidad ante la evidente realidad.

Un verdadero privilegio disfrutar de aguas tan trasparentes

Los españoles fueron hechos prisioneros durante varios meses en EEUU, siendo tratados con la misma caballerosidad y humanidad con la que Cervera había tratado a aquel teniente y sus marineros tras el intento de cerrar la salida de la bahía. Tras ser liberados y enviados a España se les inició consejo de guerra. Durante el proceso, desde el exterior se escuchaba el clamor popular en favor de Cervera. El resultado fue el sobreseimiento de la causa y la restitución del honor del almirante Cervera.

El gobierno español pidió negociar la paz y el tratado de Paris obligó a España a conceder la independencia de Cuba y a entregar Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam en el Pacifico a los Estados Unidos. Los intelectuales de la Generación del 98 bautizaron la pérdida de Cuba de “el desastre del 98”; era la constatación de la decadencia a la que había llegado el país. Con ellos se inició un proceso de critica general, denunciando el subdesarrollo, la pobreza y la injusticia social que sufría España, cuestionando incluso el sistema político de la Restauración.

Los restos de acero son recubiertos por completo de coral, algas y pequeños organismos

Aquellos hechos no fueron más que la consecuencia de la decadencia a la que España había llegado a lo largo de siglos; años de falta de previsión y pésimas decisiones, un desastre que se apresuró con la invasión napoleónica que provocó el inicio de la independencia de sus colonias y una inestabilidad política que desangró al país social y económicamente.

Cuba era su mayor mercado de exportación y uno de los territorios más ricos de España. A pesar de ello nunca hubo alturas de miras suficiente para poder defenderla. Los dirigentes políticos irresponsables fueron incapaces de solucionar las expectativas comerciales de la burguesía criolla cubana. España era incapaz de absorber o revender la producción cubana de azúcar ni tampoco fue capaz de proveer a la isla de manufacturas debido al fracaso de su revolución industrial.       

Cañón abandonado en la fortaleza del morro con la puesta de sol al fondo

Ante el desafío estadounidense, se decidió enfrentarse a una guerra que se sabía perdida, fue un suicidio en plena regla. Considerando que la derrota, aunque mal mayor, sería asumida por el pueblo con carácter de fortuito, evitando así una crisis que pudiera cuestionar la Restauración Borbónica. La opinión popular rechazaban la idea de vender Cuba, esa decisión podía ser interpretada de traición y se temía que el hecho provocara una posible reacción popular o agitación pública que pudiera poner en riesgo el Régimen de la Restauración Borbónica.

Los dirigentes con bravuconería y de forma exaltada reafirmaban su decisión, animando la prensa sensacionalista para reforzar la imagen triunfalista, dando por hecho la engañosa victoria.

Estados Unidos un siglo después de su declaración de independencia emergía como indiscutible potencia industrial y económica. Y sus pretensiones expansionistas chocaban con el decadente imperio español del cual codiciaban sus colonias en el Caribe y el Pacifico. Y no iba a permitir que una potencia menor, en claro declive y decadencia, pudiera frenar sus planes imperialistas.

A pesar de las falsas promesas de autogobierno que los EEUU habían hecho a la sacarocracia cubana; la injerencia política americana se fue incrementando en Cuba. Cuba fue un banco de pruebas, donde quedo de manifiesto que era posible dominar económica y políticamente a un país sin necesidad de invadirlo. Por lo que más tarde volverían hacerlo con otros territorios de América Latina y del mundo. Instaurándose así el Neocolonialismo, como nueva fórmula de dominación económica. El manifiesto apoderamiento de Cuba por parte de los EEUU tuvo como desencadenante la Revolución cubana de Fidel Castro.

Al día siguiente de la batalla, los americanos quisieron recuperar uno de los buques españoles para llevarlo como trofeo de guerra. Primero lo intentaron con el Cristóbal Colón pero, al remolcarlo sin haber revisado las válvulas del fondo, cayo de costado de estribor dejando sus hélices fuera del agua.

Fotografía de época. Restos de Cristóbal Colon

Así que la segunda opción fue el buque insignia de Cervera, el Infanta María Teresa había quedado varado en la ensenada Nima sin sufrir tantos daños como sus gemelos Oquendo o Vizcaya.

Fotografía de época. Marinero estadounidenses en el Cristóbal Colon al intentar recuperarlo

Se repararon y eliminar las vías de agua, para remolcarlo hasta Guantánamo donde tras meses de intensos trabajos lo liberaron de la artillería y de los materiales degradados producto de las explosiones e incendios. A finales de octubre el Infanta era remolcado con destino a la base naval de Norfolk, en Virginia. Pero la bravuconería se convirtió en un estrepitoso fracaso porque durante el trayecto lo tuvieron que abandonar en una gran tormenta tropical atlántica con categoría de huracán. Los vientos huracanados y las gigantes olas pusieron en riesgo al buque que lo remolcaba y en un acto desesperado decidieron soltar al Infanta para abandonarlo a su suerte.

Dentro de una de las torretas

El Infanta sin gobierno, cabeceaba entre las gigantes olas del temporal que no pudieron hundirlo. Tras la tormenta, llego la calma y apareció el sol; el Infanta María Teresa era libre al fin, pero iba a la deriva con rumbo errático. Durante tres días navegó como buque fantasma, hasta que encalló en la Isla del Gato en las Bahamas, en un arrecife coralino conocido como Punta Pájaros, próximo a Nassau. El buque español llegó hasta allí con la bandera estadounidense como estandarte para avergonzar a sus captores por su renuncia y liberación. Los americanos regresaron para realizar un exhaustivo informe, pero ante la anulación de todos los contratos para reflotarlo, el Senado decidió darlo por perdido definitivamente, corriendo un tupido velo de silencio y vergüenza.

Poder nadar entre los restos de uno de estos buques es un sueño hecho realidad. Un homenaje a los valientes marinos que perecieron.

Los americanos tuvieron que conformarse con un par de cañones de recuerdo, como fue uno de los 10 cañones con los que contaba el Almirante Oquendo, un cañón Hontoria de 140 mm, que hoy se encuentra restaurado y decorando los jardines de Naval Support Facility Anacostia, en Washington DC.